miércoles, septiembre 06, 2006

Visitas inesperadas

Volví a mi casa ese día, como cualquier día, alrededor de las 7 PM. Tiré mis cosas por el living, me fijé si tenía mensajes en el contestador del teléfono, e hice una parada fugaz en la computadora para chequear mails. Fui a mi cuarto, me saqué las zapatillas y el pullover y caminé hasta la cocina y me serví un vaso de agua. Lo bebí y volví a mi cuarto. Esta vez entré con la vista levantada y me llamó la atención una mancha negra en la pared, cerca del techo, junto a la ventana. La primera sensación fue de sorpresa y extrañamiento. No recordaba haberla visto esa mañana, ni la noche anterior, y era bastante notable como para no detenerse a mirarla. Unas milésimas de segundo transcurrieron y me di cuenta que tenía volumen. No estaba en la pared, estaba sobre ella. Dar medio paso y erguir el cuello bastaron para transformar la expresión de mi cara de duda en espanto y dispararme fuera del cuarto cerrando la puerta violentamente. Un murciélago reposaba en mi habitación.

El bicho en cuestión. Se cree que está boca abajo. Noten su importante tamaño comparándolo con el aire acondicionado, y observen las dos enormes garras a cada lado del cuerpo, recogidas pero listas para atacar a cualquier invasor que se acerque, capaces de perforar cráneos humanos. El aguijón trasero contiene potente veneno ácido desfigurador facial. Expertos indican que ingresó por el agujero a la derecha (el de la correa de la persiana).

Los huéspedes no deseados son un mal presente en todas y cada una de las viviendas de los seres humanos de este mundo. Por más que uno limpie, desinfecte y fumigue siempre volverán y estarán presentes en nuestras vidas compartiendo la cotidianeidad. La lista de amparados, subsidiados por nuestra economía, o los restos de ella, es la siguiente (de menor a mayor asquerosidad):
- Hormigas
- Cucarachas
- Ratón / Rata
- Murciélago
- Comadreja (menos común, pero observada en más de una oportunidad por quien les escribe).

Me encontraba fuera de mi cuarto, invadido por el temor más visceral. El temor a los murciélagos proviene de nuestros ancestros y está inoculado en cada uno de nosotros, pero a veces no llega a dispararse y queda en estado latente. A esta clase de personas se los llama ‘valientes’, a todos los demás ‘miedosos’, vulgarmente conocidos como ‘cagones’. En busca de una solución, bajé a buscar al portero, pero no estaba. Subí y llamé a un amigo. Nada. El teléfono sonó y sonó pero nunca atendió. Lo mismo sucedió con la casa de mi hermano. Entré al Messenger y empecé a pedir auxilio a los allí presentes. Los involucrados fueron: mi tío (que vive a dos cuadras de mi casa y en los años ochenta vivió en mi departamento, y por ende entiende del tema), mi hermano y su amigo (desde la casa de su amigo), y finalmente un amigo mío (desde su casa, supongo). Todas las conversaciones tuvieron la misma estructura. Al principio risas. Muchas. Luego consejos varios sobre cómo actuar, y por último me ordenaban que actuara como un hombre. Ahora que lo pienso, la conversación con mi amigo no fue tan así. Fueron solamente risas y carcajadas de su parte, rogando que dejara de contarle mi situación porque le dolía el estómago de tanto reir.
Toda la gente con la que hablé, durante y después del episodio, tiene una idea parecida sobre el mundo de los murciélagos. Para que se vayan hay que abrirles una ventana y esperar. Se los puede sacar a los escobazos. Ellos tienen más miedo que vos. Tienen un radar. Se te meten en el pelo (yo creo que a los morochos más que a los rubios. Si se enredan con el pelo hay que cortar el pelo, tal como sucede con los chicles).
Nadie me daba una solución, así que llamé a mi prima Marina y me dijo “Ah, cuando yo trabajaba en cancillería había todo el tiempo. Voy para allá”. Vive cerca, así que cinco minutos después me sonó el portero eléctrico. Entró a mi casa y le entregué una de las dos sabanas que yo ya había preparado. Yo me puse la mía como turbante y ella prefirió un estilo más “velo de novia”.

Yo preparando mi turbante.

La llevé hasta la puerta de la habitación y la abrí lentamente. Lo vió y cerré la puerta. La miré y ví que también su cara había cambiado. “Es enorme! En cancillería no teníamos tan grandes!”. Le pregunté cómo hacía para sacarlos, y ella contestó “Yo no lo sacaba, los sacaban otras personas”. Silencio. Me quedé pensando. Surgieron un par de planes, pero ninguno de nosotros se animaba a ejecutarlos. Ahí fue que ella llamó a su hermano Andy. Recordó que alguna vez se había deshecho de uno. También vive cerca, y llegó rápidamente, con un balde, un bolsa y una de esas maderas redondas donde se apoyan las pizzas. Él sí que tenía un plan salvador. Le puse una funda de almohada en la cabeza y lo llevé a ver al animal.

A la izq. Andy con al funda. A la der. yo con mi turbante listo.

Cerré la puerta y nos dimos cuenta que el plan no funcionaría. El lugar donde estaba apoyado tenía demasiadas vetas y no podríamos enjaularlo con el balde y taparlo con la madera de pizza sin pensar que podía escapar durante el encierro. Plan B entonces. Usar la bolsa como guante para que el valiente Andy tome con su mano al murciélago, dar vuelta la bolsa y arrojarlo por el balcón. Perfecto.

Andy y el Plan B.

Nos preparamos, primero mentalmente, luego cada uno con su sabana cobertora de cabellos, y finalmente con las armas a utilizar: Andy con la bolsa, marina con la silla para que Andy se pare y logre llegar a la altura del murciélago, y yo con la cámara de fotos.
Contamos hasta tres y entramos. Cual equipo SWAT entrenado, entramos sincronizadamente. Marina puso la silla y Andy se paró sobre ella. En un solo fugaz movimiento, imitando a aquellos héroes épicos que con una simple agitación de sus espadas dominaban pueblos enteros, agarró al murciélago y dio vuelta la bolsa y la cerró, cercenando toda posibilidad de escapatoria.

Marina con la silla. Andy con la bolsa. Yo con la cámara.

Instantes antes del momento crucial.

“Lo tenés?! Lo tenés?!” se escuchó. “Sí” dijo de manera calmada el valiente. Nos apuramos hacía el balcón y antes de soltar la bolsa miró a cámara con el enemigo derrotado en su mano y la sonrisa de la victoria dibujada sobre su rostro, inmortalizando por siempre el glorioso final de la batalla.

3 Comments:

Blogger Sebi said...

Todavía no entiendo si se pusieron los turbantes en joda o en serio...

6/9/06 7:10 p. m.  
Anonymous Anónimo said...

Si me pasa eso cierro la puerta del cuarto y me voy del departamento con la esperanza de que al volver, el bicho ya no esté.

Me imagino que habrás tapado con cinta la veta de la correa de la persiana.

6/9/06 9:28 p. m.  
Blogger Cadmo von Marble said...

Yo lo domestico, le pongo nombre y le enseño a hablar. Porque son ciegos, ¿No? Pero mudos no.

9/9/06 2:44 p. m.  

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